En un fragmento de La Vida es Sueño (Pedro Calderón de la Barca), un
sabio se preguntaba: “¿Habrá otro más pobre y triste que yo?”. El sabio
“volvía el rostro” y descubría a otro igual que recogía las hojas que
desechaba. Las probabilidades de que ese otro sabio fuera una mujer son
muy elevadas. Dentro de las bolsas de pobreza y desigualdad que
persisten en el mundo, las mujeres conforman un colectivo de
‘ultrapobres’ dentro de los pobres; de discriminadas dentro de los
apartados, de olvidadas dentro de los que ya no importan.
El informe de Intermón Oxfam incide en que “la mayoría de los
trabajadores peor remunerados del mundo son mujeres” y que estas
desempeñan “los empleos más precarios”. La industria textil de los
países en desarrollo se aprovecha de esta debilidad de las mujeres
trabajadoras que aceptan peores condiciones laborales para disparar la
rentabilidad de su negocio. Aunque este es un caso llevado al extremo,
la brecha salarial y la diferencia de condiciones es un problema
transversal en todo el mundo, incluidos los países más avanzados.
Los primeros rayos de la recuperación económica han devuelto a la
primera línea del debate europeo y español la necesidad de equiparar los
derechos de hombres y mujeres. Un crecimiento económico justo ha de ser
también por definición igualitario entre géneros. Los mecanismos para
conceder a la mujer iguales oportunidades, como la discriminación
positiva, tienen costes, pero los beneficios saldarán con creces la
factura. La igualdad como fin y como medio es la única fórmula para
conducir el progreso.Cenicientas 3.0