miércoles, 26 de enero de 2011

¿Nacemos para ser iguales?

Nacer niño o niña condiciona en las personas adultas y en toda la sociedad una serie de conductas, atribuciones y expectativas que marcarán de manera definitiva el desarrollo de la personalidad y la identidad.

Las ideas acerca de lo que deben hacer o cómo deben ser hombres y mujeres junto con las conductas que culturalmente se consideran apropiadas a cada grupo se aprenden desde muy temprano. A la vez que el niño/a va interiorizando estos estereotipos y roles de género va también identificándose con uno de los grupos, formando así su identidad como niño o niña.

Hacia los dos años, los niños ya reconocen a los hombres y las mujeres y también saben si ellos mismos son niños o niñas. Desde esa edad, o incluso antes, los niños prefieren jugar con juguetes asociados a su grupo.

Entre los 3 y los 6 años, adquieren la identidad de género (conjunto de valores, actitudes, estereotipos y roles ligados al grupo de referencia: hombres o mujeres, con los que se reconocen).

Según las teorías del aprendizaje, los niños y niñas aprenden a comportarse como hombres o mujeres en función de lo que las personas adultas y la sociedad les enseña. De hecho, los padres y las madres no se comportan de la misma forma con sus hijos e hijas. Aunque ambos son igual de cariñosos y fomentan la independencia en sus hijos e hijas, existen ciertas diferencias de trato ligadas al género.

Hacia los 4 años, ya nos organizamos según los estereotipos de género. Convenciones sociales que con tan corta edad, no podemos saltarnos. Es extraño que un niño actúe de madre o realice conductas asociadas a mujeres y se prefiere de forma muy marcada a compañeros de juego del mismo sexo. En esta edad, muchos niños y niñas ya habrán integrado en su pequeña cabecilla  que cuidar a los bebés es una tarea asignada sobre todo a las mujeres y que los hombres se ocupan más a menudo de cuestiones mecánicas como arreglar el coche.

Los esquemas de género se adquieren muy pronto porque nuestra sociedad establece muchas distinciones significativas entre hombres y mujeres que estas criaturas perciben desde temprano, pero son instrumentos que se emplean toda la vida. Durante la edad adulta  género también nos dirigirán las conductas, expectativas, atribuciones y valoraciones que se hagan sobre lo que es propio de las mujeres y lo que es propio de los hombres.

A todo ello, añadámosle la influencia de los medios de comunicación: “La repetición de mensajes, imágenes y eslóganes sencillos pueden crear nuestro conocimiento del mundo, definiendo lo que es verdad y concretando cómo hemos de conducir nuestra vida” (Pratkanis y Aronson, 1994)